Príncipe de Paz
12/24/20235 min read
Una noche hace muchísimo tiempo atrás, aconteció uno de los sucesos más impresionantes y hermosos de la historia de la humanidad. En medio de la silenciosa oscuridad de las calmas llanuras de Israel, una esplendorosa luz del cielo, tan fuerte y tan brillante como el más radiante mediodía o como el mismísimo sol en su plenitud, resplandeció.
No existen palabras que describiesen lo que los sencillos pastores estaban observando esa noche, mientras guardaban sus rebaños. No brotaron razones que explicaran la grandeza de lo que ellos estaban experimentando.
Y cuando el temor por lo desconocido, por lo inexplicable, por lo que no entendían empezó a apoderarse de sus corazones, el ángel, el mensajero del Dios del cielo y creador de todo el universo, les dijo tranquilizándolos: - No teman, porque este suceso es para anunciar buenas noticias que traerán mucha alegría a todas las personas-
¿Buenas noticias? En un mundo plagado de malas noticias sobre guerras, de atrocidades, de divisiones y de problemas, ¡cuántas buenas noticias desearíamos recibir!
Más esa noche, la historia de un mundo sin esperanza, cambiaría para siempre; el sobrenatural anuncio del cielo proclamaba que, en una pequeña aldea cercana, donde tiempo atrás había nacido y crecido uno de los guerreros y gobernantes más legendarios de Israel, nacería esta vez, un descendiente de éste, que en lugar de un guerrero sería un manso Salvador, que no gritaría, ni alzaría su voz, ni la haría oír en las calles. En Belén de Judea nacería este tierno bebé cuyo nombre es Admirable, consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno... PRÍNCIPE DE PAZ.
El cielo lo anunció con cuál esplendoroso coro de multitud de seres celestiales, espectado por los afortunados pastores, quienes en su humildad vislumbraron la majestad de los cielos, admiraron la gloria del Todopoderoso, y escucharon la canción bienaventurada que daba a conocer la mejor noticia que el mundo tanto ha anhelado:
«¡Gloria a Dios en el cielo,
y paz en la tierra
para todos los que Dios ama!»
El canto del cielo entonaba la paz que este mundo tanto necesita, y que el hombre ha tratado de encontrar de muchas maneras. Pero la paz que se ha logrado en este mundo ha sido quebradiza y desafortunadamente, fugaz. Cualquier viento de guerra, cualquier aire de enemistad o cualquier soplo de adversidad fácilmente la zarandea y la derrumba. Pero ese anunciado Niño, vino a traer una paz que no tendrá fin ni limite de tiempo, una paz que vencería desde las más grandes batallas en las esferas cósmicas, hasta las guerras en los más íntimos pensamientos de los hombres. Esta paz no puede ser entendida por las mentes humanas más sabias y científicas, ni puede ser alcanzada por los esfuerzos de los hombres por más gigantescos que éstos sean. Es una paz sobrenatural, es la paz que viene del cielo.
Jesús es Su Nombre, Emanuel, Dios con nosotros, nació esa maravillosa noche, y vino a traer un regalo del cielo que el universo entero y la humanidad necesitaban desde hace mucho: la verdadera paz. ¡Y sí que la trajo! El cielo y la tierra vencieron sus diferencias, mezclándose en ese impresionante encuentro de dimensiones; lo espiritual y lo material se confundieron cuando los millares de seres celestiales cantaban y proclamaban las buenas noticias de salvación, y los hombres, animales, la llanura, los montes y la luna se gozaban atónitos, rodeados por la atmósfera del cielo mismo donde habita nuestro Creador.
Ahora en su gobierno de paz, la enemistad que teníamos con Dios por nuestros errores se difuminaba por la esperanza del Salvador que nos nacía de la virgen, y quien nos vino a anunciar que Dios quiere estar con nosotros, muy cerquita a cada uno de nosotros, sellando con un puente de paz la separación que nos alejaba de la razón de nuestra existencia, del motivo de nuestro respirar. Tan grande paz con nuestro Dios nos vino este Príncipe a regalar, que no le basta con acercarse a la humanidad, sino que adopta como hijos propios y amados suyos, a todo aquel que recibe su regalo, dejando nosotros de ser extranjeros del cielo y viniendo a ser ciudadanos legítimos de Su morada eterna.
El Eterno que nunca muere, nació en un pesebre de Belén envuelto en pañales, promete que los que, en su momento, mueran arropados por la gracia que da el confiar en Él, vivan también para siempre en Él, derrotando así a la muerte y haciendo la paz entre esta vida terrena y la vida celestial venidera que antes desconocíamos.
En esa ocasión eternamente memorable, la noche y el día hicieron las paces, cuando en la estación más oscura del viaje nocturno, brilló la más esplendorosa luz gloriosa, iluminando el cielo y la tierra cuál mañana despejada. Y aún hoy, en estos días decembrinos que conmemoramos este asombroso acontecimiento, la luna no se va a dormir durante el mediodía, sino que le hace compañía al sol, cuáles amigos inseparables. Cuando caminamos por las calles de nuestra ciudad en las horas más radiantes del día, una gran brisa refrescante se pasea junto a nosotros haciendo que el calor y la frescura sean la pareja más deseada por todos durante el año.
El vino para gobernar con paz a la humanidad con todas sus diferencias. Esa noche de paz que lo recibió, pastores sencillos de Israel se abrazaron con nobles intelectuales árabes contemplando la sencillez y la majestad del Rey Salvador de todos nosotros. No hubo envidias de los pastores por los ostentosos regalos de los orientales, ni hubo altivez y orgullo de los sabios frente a la simpleza de los humildes israelitas. No importaron sus diferencias de raza, religiosas, económicas o intelectuales, solamente imperaba el deseo de adorar en paz y unidad al Mesías prometido, al Rey de los Judíos.
Hoy en este día donde conmemoramos la Navidad, y brilla una estrella resplandeciente en el cielo que nos llama y nos guía a que busquemos y adoremos al Príncipe de Paz. Su paz no se compra con todo el oro y el dinero del mundo, no se alcanza con fuerza o con habilidades; es un regalo que Jesús, el Dios de Paz, deposita en nuestras mentes y en nuestros corazones de manera gratuita, cuando en medio de nuestras adversidades, nos acercamos y nos postramos ante su tierna y delicada Presencia, expresándole con sinceridad de corazón nuestras peticiones, confiando en que Él nos está escuchando atentamente; y es allí cuando Él nos responde y nos llena de una paz indescriptible, una paz que te da calma en medio de la tormenta; una paz que te levanta del cansancio de las rutinas de la vida; una paz que hace que tus enemigos se vuelvan tus más grandes amigos, y que tus perseguidores se declaren tus más fieles seguidores.
Su paz te gobernará de tal forma que aún brotará de ti como un fruto, el cual otros tomará de ti y comerán de él, y serán igualmente llenos de la paz que Dios regala desmedidamente a quienes lo buscan. Su paz guardará completamente tu vida, cuando te enfocas concentradamente en agradarlo a Él.
Él te da Paz, Él es tu Paz, Él es el Príncipe de Paz...
Miguel Angel Ferreira Pérez
Basado en:
Isaías 9:6-9
Lucas 1:78-79
Juan 16:33
Lucas 2:14
Juan 14:27
Romanos 5:1
Gálatas 5:22
Efesios 2:12-17
Filipenses 4:7
Isaías 42:1-9
Isaías 26:3
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